jueves, abril 26, 2007

Noventa

Septiembre de 1993. Estreno instituto. Ya no estoy en ese absurdo colegio de monjas. Comparto aula con otra gente, incluidos chicos. Ya me siento un poco más mayor. Ya salgo de clase a las tres y no llevo uniforme. Puedo ir a la calle durante los recreos y asistir a las clases que me de la gana.
Descubro que más allá del barrio hay vida y gente divertida. Aún recuerdo y añoro a muchos compañeros de aquel primer año de instituto... unos macarrillas demasiado entrañables.
La década de los noventa era y será sin duda la que más ha marcado mi vida. Durante esos deliciosos años mi personalidad empezó a adquirir cuerpo y consiguió al fin desvincularme de la acogedora idiosincrasia fraternal que tanto me unía a mi hermana. Ya era momento de hacer vida propia.
Recuerdo mis dominguitos futboleros, cuando el Xerez estaba en 2ªB. Por cada partido disputado... subidón de adrenalina en el cuerpo. Éramos una piñita, Sara (Piluca), Alfonso, Naxo, Marily, Virginia, Dani...
¿Qué será de ellos?
En esa época que tanto disfrutaba de mis amigos también pasaba mis bajones por el chico que me gustaba. O bueno... por los chicos que me gustaban. Tenía una lista, si no recuerdo mal, llegaba hasta diecisiete... y seguía subiendo. Me divertía encontrarme con alguno...
El lugar más frecuentado... El Kronen. Un pub que empezamos a llenar. Musiquita estupenda (Hendrix, Doors, Led Zeppeling... sobre todo Hendrix) y unos camareros la mar de divinos y guapetones, integrantes, por supuesto está, de aquella lista antes citada.
El gran inconveniente de la fase plena de la adolescencia: la desconfianza paterna. Esto provocaba una mayor complicidad con mi hermana.
No me perdía ni un solo fin de semana. Del parque de la Unión al Kronen. Aprovechaba tanto los viernes como los sábados y si hubiera alguno aburrido, trataba de que el siguiente fuese mejor. Había que sacar armas de payasa para animar a la peña.
Salir una noche por ese parque era como ir de nuevo al instituto pero en horario nocturno y en sábado. Todos estaban allí, todos tenían su sitio establecido y era divertidísimo el dar una vuelta. La vuelta al seto central duraba casi toda la noche, a no ser que decidieras ir al Diana para entrar en el servicio o comprar tabaco.
El caso es que se hacía corto, no había malos rollos. Pocas o casi ningún malentendido que acabara en pelea. No como ahora, cada vez son más cafres y lo que se considera una noche divertida puede acabar en tragedia.
En esta época grupos como Oasis o Blur se apoderaban de las emisoras y otros tan emblemáticos como Nirvana alcanzaban su cenit incluso habiendo fallecido Kurt.
¿Quién se acuerda de la Kelly Family? Un chorro de hermanos hippies ataviados de época decimonónica, todos muy guapos y felices. ¡Qué nos gustaba verlos por la tele y qué canciones más...! nos tirábamos las horas muertas intentando sacar sus canciones y escribiendo fragmentos de sus letras en los separadores de la carpeta.
Lenny Kravitz sacaba sus temas más roqueros y los Smashing Pumpkins lidiaban con los centros de desintoxicación para evitar la disolución del grupo.

Salidas de estudio los domingos por la tarde al parque de la Rosaleda, sobre todo el vísperas de feria, cuando ya casi empezaba a oler a albero y a algodón dulce. Tardes primaverales cálidas y divertidas. Pese a que al día siguiente de nuevo hubiese clases. Eso no importaba, allí estaban mis amigos, allí estaban casi todos los de mi lista, allí lo pasaba en grande con mi partida de cartas en hora de matemáticas. Asignatura dada por perdida en este instituto.
Buenos y felices recuerdos que nunca desecharé de mi memoria. Puedo decir, pese a acontecimientos puntuales poco agradables, que tuve una buena época en esta añorada década de los noventa.
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