domingo, octubre 15, 2006

Una triste historia


¿Alguien conoce la historia de Emilio? Un hombre desgraciado, muy desgraciado cuya monótona vida no tenía sentido y pese a todo insistía en continuar para poder vivir un día interesante.
Ya desde muy pequeño, tanto como un garbancito, gozaba de la indiferencia de sus progenitores... aunque no era un desdén propiamente dicho, tan sólo ignoraban que nuestro prota andaba ya pululando por allí.
Pero lo que más le disgustó fue cuando notó suspirar a la madre en el que estaba metido. Sabía que los lamentos eran por su culpa, notaba que era un indeseado y por supuesto, detectaba que querían deshacerse de él. Pero luchó, aún tenía el vaso de la paciencia bien colmadito y mientras que duró el tiempo de gestación se portó bien. Ni una patada, ni un movimiento, el pobre, cuando completó los nueve meses ni siquiera se atrevía a salir por no molestar ni ocasionar algo que hiciera a su procreadora desesperar y dejarlo abandonado en un rincón.
Al ver la luz supo que su madre aún estaba allí, y que lo cogía... y que lloraba, aunque dudaba si era del dolor provocado (cosa imposible porque el parto fue provocado e indoloro) o de emoción al ver a tan dulce cosita.
El primer chaparronazo fue cuando, tras la auscultación de rigor y lavado, lo dejaron en el nido junto a otros bebés.
Ninguno le dio la bienvenida, ni siquiera los más veteranos. Algunos eran recientes como él, otros llevaban unos días y no dejaban de llorar para pedir comida. Nuestro niño era tan bueno que aunque tuviese hambre no movía ni un dedo. Pero se sentía solo, sin su madre, sin una figura materna que le diera alguna muestra de cariño. Bueno, podríamos decir que la enfermera que se encargaba del turno de tarde no computa como ente despendedor de cariño porque al fin y al cabo es ese su trabajo, cuidar de los bebés durante su jornada laboral a cambio de un sueldo decente. No obstante ella trataba a todos por igual y por supuesto con mucha delicadeza, pero claro, eran muchas criaturas y es imposible dedicarse más a una.
La primera visita a la cama materna le resultó casi invisible. A nuestro niño se le hincharon los ojos y no los podía abrir, imposible ver a su mamá, aunque era aún pronto para ver a tan temprana edad. Se conformaba con sentirla y oír los latidos de su corazón mientras le daba el biberón. No pecho, así dijo la madre. Se negó a dar de mamar, una gran muestra de rechazo que encajó filosóficamente el angelito.
Al llegar a casa todo normal, familiares, amigos y vecinos iban a verle por la novedad, pero se pasó pronto porque enseguida le vino otro hermanito y ese sí que nació con una buena barra de pan bajo el brazo. El papá era otro distinto al suyo, del que nunca supo nada, un hombre muy atractivo y bastante alto que nunca estaba en casa.
Su infancia discurría tranquila, a la sombra de su hermano, pero en absoluto estaba desatendido. La frustración del protagonista de nuestra historia no es por tener especialmente una infancia terrible. En absoluto, él junto con su hermano tuvieron amigos, iban al cole y hacían cosas propias de niños, aunque siempre ejerciendo un poco de secundario cediendo el protagonismo a su carismático hermano; personaje al que admiraba sin recelo y al que quería como a nadie en el mundo.
Hasta bien cumplidos los dieciocho no volvió a tener un grave golpe en su corta vida. La marcha de su hermano a la universidad le afectó enormemente. Ahora sí que estoy solo, se repetía continuamente. ¿qué puedo hacer? Durante los meses de otoño e invierno, justo antes de las vacaciones de navidad, Emilio, tras salir del instituto (le iba peor que a su hermano con los estudios como se puede comprobar) a fin de salir de la monótona soledad en la que estaba envuelto, iba a la biblioteca. Pero no precisamente a leer, los libros le gustaban poco, sino a por otra cosa. Tenía una extraña afición... coleccionaba resguardos de pedidos y los ordenaba por fechas y año de edición.
En lo que llevaba de año había sacado más de trescientos libros y devueltos en su fecha correspondiente.
De adulto Emilio empezaba a extrañarse de su soledad, y era normal, su hermano se había casado y esperaba un hijo, y su madre le repetía constantemente que tratase de hacer vida social, que no era bueno pasar tanto tiempo solo rodeado de absurdas manías. Fue entonces cuando tomó conciencia de su situación. Una tarde oscura de lluvia otoñal Emilio se encerró en su cuarto y tomó un álbum de fotos. Ellas le ayudaron a dar un repaso de lo que hasta ese momento había sido su vida y lo único que veía era un bebé, niño, adolescente,..., tímido y aislado.
Recordaba su niñez, los amigos del colegio...
De pronto se acordó de Bárbara. No sabía exactamente qué podría haber sido de ella, la cuestión es que en una de las fotos, concretamente en las que estaba malo en la cama de un hospital, aparecía ella postrada en la cama de al lado. A Emilio ese episodio de su vida le ocasionó tal trauma que lo borró de su mente sin percatarse de lo que había arrastrado al olvido. Su compañera de enfermedad Bárbara había ingresado un par de días antes. Su patología era no menos grave que la de su futuro compañero de habitación. Ambos sufrieron de una apendicitis complicada que casi les cuesta la vida. Tuvieron que estar en el hospital unas tres semanas. Cuando Emilio ingresó, recién salido de la sala post operatoria, Bárbara lo esperaba ilusionada. Llevaba sola en esa habitación dos días y echaba en falta niños de su edad.
La enfermera había preparado la cama en la que Emilio iba a permanecer todo el tiempo que durase su recuperación ante la mirada entusiasmada de Bárbara.
¿Quién viene?- Le preguntó curiosa-
Un chico al que le han hecho lo mismo que te harán a ti- Le respondió amablemente- Creo que es de tu edad.
Bárbara calló, mientras la enfermera seguía preparando los goteros y lo preciso para la instalación del chico.
¿Querrá ser mi amigo?
No lo sé cielo, espero que sí y que los dos paséis estos días lo mejor posible.
La enfermera le bajó la persiana y Bárbara de dio media vuelta, cerró los ojos y haciendo el intento de dormir, permaneció pensativa imaginando cómo podría ser el encuentro.
Al fin decidieron el traslado de Emilio, el cual estaba aún con las consecuencias de la anestesia y no se daba cuenta de lo que acontecía a su alrededor.
Al llegar a la habitación Bárbara se levantó de un salto, aún no había sido operada y pese a sus dolores abdominales apaciguados por el efectivo calmante, tenía fuerzas para esperarle junto a la cama. Pero le fue imposible hacer nada, el celador que lo trasladó cerró la cortina que había entre cama y cama y con voz baja la mandó a callar para que Emilio descansara.
Un día después le tocó a Bárbara entrar en quirófano, la alta fiebre comenzó a bajar y ya estaba preparada para ser operada. No había hablado aún con Emilio y no tenía muchas esperanzas en hacerlo algún día. Estaba convencida de que moriría en la mesa de operaciones.
Tras la operación y la posterior subida a planta Bárbara y Emilio al fin se conocieron. Fue un encuentro algo accidental, pues como no era de esperar, Emilio casi siempre estaba solo en aquella habitación y tenía que apañárselas para hacer algunas cosas que requerían salir de la cama.
En una de esas salidas, tras despertarse de una larga siesta, Emilio tropezó con la cama donde se hallaba postrada Bárbara y de repente se produjo el encuentro.
Desde ese momento no se separaron, iban juntos al pasillo a dar unos pasos, esperaban juntos la hora de la merienda, e incluso compartían las visitas. Fue durante una de ellas donde fueron retratados en una foto.
Bárbara durante esas semanas que pasó con Emilio comenzaba a olvidar su obsesión por la muerte. Su salud había mejorado incluso antes de lo esperado y por consiguiente su alta del hospital.
Jamás volvió a saber de ella, sólo un par de días tras su marcha, el tío abuelo de Bárbara, sacerdote aficionado a la fotografía, fue a visitar al chico y de paso a darle una copia de esa foto que se hicieron juntos, foto que le movió al recuerdo y a la nostalgia de esa época de su vida.
Emilio tuvo sus recaídas y por ese motivo le enviaron al psicólogo dentro del mismo hospital. Pudo olvidar a Bárbara, hasta este momento en su habitación.
-¿Qué será de Bárbara?- se preguntaba una y otra vez
Pero todas esas preguntas eran inútiles de responder porque no se dieron direcciones, ni teléfonos ni nada que le permitiera salir a su encuentro.
Sólo se le ocurrió volver al hospital donde fueron intervenidos y dar con alguien que le permitiera echar un vistazo a los historiales archivados de años atrás.
Era un gran paso para Emilio, ya tenía algo en lo que pensar, algo en el que depositar todas sus ilusiones. Su cometido era dar con el paradero de Bárbara y de inmediato se puso manos a la obra.
Esperó a la mañana siguiente para iniciar su incursión al hospital y ejercer de investigador. Amaneció soleado, incluso con algo de calor, así que Emilio prescindió del paraguas y del chubasquero a cambio de un lápiz y una libreta en la que anotar la información recibida.
Dirigiéndose a la parada del autobús esperó pacientemente, no obstante en el último momento vaciló en subir o no, y decidió no hacerlo e ir paseando pensando en qué decir en el caso de dar con su paradero.
El camino al hospital apenas se le hizo largo, no estaba demasiado lejos, pero tampoco demasiado cerca. Una vez allí se aproximó a la ventanilla de información. Cara al público estaba una chica de mediana edad ataviada con una gran moño y con las cejas pintadas de negro azabache, al igual que su melena. Emilio se sorprendió al verla, pues no estaba muy acostumbrado a ver mujeres tan maquilladas y emperifolladas atendiendo a pacientes en un hospital.
La puerta de personal estaba cerrada por lo que no le quedó más remedio que esperar un poco. Pero ese poco se le hacía eterno con lo que decidió tocar con los nudillos. Primero un par de golpes tímidos que le fueron en vano. Inmediatamente acercó su oreja a la puerta y notó ruido, así que sin pensarlo dos veces decidió abrir la puerta.
Un joven tras una gran mesa de metal escribía incesantemente en un teclado de ordenador mientras otro un poco más veterano que colocaba carpetas en altos armarios siguiendo un orden alfabético. -Es aquí sin duda.
-¿Podrían ayudarme a rescatar una información? Preguntó sin saber a quién dirigirse.
-¿De qué se trata? Contestó el joven
-Necesito saber el paradero de una persona que ingresó aquí hará como unos veinte años.
-Podremos ayudarle, pero no le aseguramos que estén aquí los historiales de esa fecha. Hace poco se hizo un traslado a otro hospital y algunos historiales fueron eliminados.
-¿Eliminados? ¿cómo es posible que se eliminen? Por lo menos estarán informatizados, ¿o no?
-Se eliminan los de aquellos pacientes que hayan fallecido, en su lugar se archivan las partidas de defunción. A ver, dígame cómo se llama la persona a la que busca.
-Pues sé que se llama Bárbara.
-Necesito su apellido, algo que se diferencie, puede haber en 20 años como doscientas Bárbaras. Al menos dígame cual fue el motivo del ingreso.
Hizo todo lo que estaba en su mano, pero no dieron con su historial médico.
Bárbara falleció cinco años después de haber pasado los días más maravillosos de su vida. Se había suicidado.
... Este es mi destino... cruel destino
Pero seguiré viviendo.
Emilio se dirigió de nuevo a su habitación, se recostó en su cama y cayó dormido.
ESCRIBE ALGO

4 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Joe, la esencia no la as perdido pero te estas volviendo un poco pesimista y tus escritos oscuros .
Pero me a gustado, sigue asi. Se te dan mejor las historias mas alegres un beso

10:28 p. m.  
Blogger Lafriky said...

Alguien conoce mi vida? Esa si que es patetica y triste,............

1:13 p. m.  
Blogger chusbg said...

Hola Cristi, sólo para decirte que he estado por aquí y no me ha dado tiempo de leer todo el post y hasta que no lo lea pues no puedo poner un comentario, volveré.
Un saludo

3:44 p. m.  
Blogger chusbg said...

Bueno, lo he leido y es muy triste, es verdad, pero subyace en la elaboración tuya de este relato, que de alguna forma, conoces alguna historia parecida y has querido como rendir un homenaje a alguien o esto es lo que me parece.
Un saludo

8:18 p. m.  

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